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EL NORTE

Los comepiés

Por cortesía de su autor, Antonio Ramos Revillas, presentamos el fragmento de una de las historias de su nuevo libro de cuentos para niños y jóvenes: Seres mágicos del Nuevo Reino de León, que circulará bajo el sello del Fondo Editorial de Nuevo León. El también autor de El norteño mágico lleva a la ficción el teleférico fallido del Cerro de la Silla, el primer vuelo de un avión en Monterrey y los fantasmas de la Alameda, entre otras historias. Ésta, «Los comepiés», es protagonizada por José Eleuterio González «Gonzalitos».
ANTONIO RAMOS REVILLAS
Luis es miedoso. Muy, pero muy miedoso. En una escala del uno al ocho, donde uno significa tener poco miedo y ocho demasiado, Luis, con mucha facilidad, llegaría al trece, que de por sí es un número que también da mucho pero mucho terror.

Ustedes pueden pensar que a cierta edad es muy fácil sentir miedo a muchas cosas: a la oscuridad, a que se te suba una cucaracha por la pierna, a que abras un pastel de chocolate y tenga adentro un huevo podrido o a que tus papás se peleen toda la noche y el día; pero esos miedos no tienen nada de chiste. El caso de Luis era especial y tenía toda la razón del mundo. El motivo era muy simple: todas las noches, desde hacía un par de meses, algo o alguien le mordía los pies.

La primera noche pensó que era su perro y por eso sonrió entre sueños o creyó sonreír; y como recordó que su mascota Marcus dormía a su lado pues no hubo problema.

El verdadero terror llegó la segunda noche, cuando su mamá le ordenó que dejara a Marcus en el patio. Como a eso de las dos de la mañana Luis empezó a sentir que alguien le mordía de nuevo los pies. Se levantó al sentir los leves tirones, encendió un cerillo para alumbrarse, agitado, pero no encontró a nadie. Luego se sentó y se acercó los pies a las rodillas. No tenía un calcetín, alguien se lo había quitado.

La tercera noche volvieron las mordidas, pero además ahora sentía que le llegaban a los tobillos y Luis salió corriendo hasta la cama de su mamá. Con cada paso sentía que alguien le comía los pies. Luis le dijo a su mamá todo lo que pasaba, pero ella estaba tan dormida que ni se despertó. Lentamente, en la oscuridad de la casa, Luis regresó a su habitación y por primera vez durmió con todas las velas encendidas en su cuarto aunque se acabaran.

¿Velas?, se preguntarán. Tan fácil que hubiera sido que encendiera las luces. Pues aquí viene la primera gran complicación de la historia. Luis no vivía en Monterrey en estos años, sino allá por 1860.
Monterrey era una ciudad muy pequeña y casi no tenía ningún edificio grande, salvo la catedral. Contaba con un par de teatros, de los que uno se quemó muchos años después y además tenía un gran, grandísimo convento que se llamaba San Francisco, justo donde hoy se cruzan las calles Melchor Ocampo y Escobedo, pero ésa es otra historia.

Luis vivió dos meses con esas feas mordidas nocturnas. Siempre tenía miedo de irse a la cama. Empalidecía. Le sudaban los pies. Ya había intentado de todo. Buscaba en la oscuridad sin saberlo. Luego, al despertar, sentía como si cada noche se fuera haciendo un poco más y más chaparro. Pensaba que estaba empequeñeciendo. Hasta fue al marco de la puerta y empezó a poner marcas para ver si se hacía más bajito, y una tarde se dio cuenta que sí.

Fue entonces que corrió a explicarle a sus papás lo que ocurría. Pero no sé qué pasa pero a veces los padres no hacen caso, así que ni la mamá ni el papá de Luis le creyeron. Lo mandaron a estudiar matemáticas, eso sí, porque los papás creen que estudiando matemáticas todo se soluciona.

Aburrido, triste, desesperado, con los ojos más rojos que se pudiera uno imaginar, Luis salió de su casa a jugar en las huertas de naranjas que tenían los vecinos. Rápido decidió que si tenía algo malo debía ir con el doctor. No le gustaba mucho la idea, pero ¿qué se le iba a hacer? Después de mucho preguntar dio con un nombre: José Eleuterio González, a quien todos le decían Gonzalitos. Iba a ir con él, costara lo que costara.

Luis se apareció frente a la Escuela de Medicina al día siguiente. El chico estaba de mal humor, porque sentía que no solo se hacia mas pequeño, sino que poco a poco el dedo chiquito del pie empezaba a desaparecer. Le preguntó a una enfermera por el doctor y ella lo mandó a la botica donde en grandes tarros de cerámica se guardaban muchos tipos de aceites, semillas y esencias de plantas que el doctor usaba para curar y hacer medicinas.
Gonzalitos era un hombre al parecer muy serio, usaba un saco y corbata y estaba un poco cachetón, tenía el pelo encrespado, pero eso le cayó bien a Luis.

Se sentaron frente a un escritorio donde Gonzalitos consultaba y Luis se dispuso a contarle todo lo ocurrido desde hacía meses mientras veía los diplomas del doctor que colgaban de la pared. Gonzalitos lo escuchaba muy serio y apuntaba cosas en una libreta, como todos los médicos. Luego le pidió a Luis que se subiera a una camilla y que se quitara los zapa-tos. Rápido pudo ver el doctor lo que sucedía (…).

«¿Te molesta si te huelo los pies?», dijo Gonzalitos y a Luis le dio mucha vergüenza, porque los pies no le olían muy bien. Gonzalitos husmeó a gusto entre los dedos pequeños de Luis. Incluso sacó la lengua como si fuera lamer el tobillo, pero Luis gritó: «Qué asco», y el médico se retractó. Acto seguido le untó una pomada que dejó ver algunas líneas rojizas. El doctor sonrió.

«Ahí está el asunto. Ya lo veo bien».

Luis pensó que como todo médico le iba a decir que tenía algún salpullido o que las cosquillas se las hacían las garrapatas, pero en lugar de eso Gonzalitos fue a su gran librero.

El doctor José Eleuterio González había nacido en Guadalajara, pero desde hacía mucho tiempo vivía en Monterrey. Desde Guadalajara se había traído aquel gran librero y todos sus libros. Extrajo uno muy grande y lo abrió: se llamaba Seres mágicos del Nuevo Reino de León. También lo había escrito en latín y decía: Magus entice Regnum Novo Leonis.

«Además de ser médico de hombres, también soy un gran fanático de los seres má-gicos de Nuevo León». le dijo Gonzalitos muy serio y mientras buscaba algo en el libro. «Aquí está: mira. Esos que te hacen cosquillas se llaman rayadillos; son unos duendes muy raros».

Lee el cuento completo en www.elnorte.com

Sobre el autor
ANTONIO RAMOS REVILLAS

Nació en Monterrey en 1977 y estudió Letras Españolas en la UANL.

Es autor de Mi abuelo el luchador y La guarida de las lechuzas (El Naranjo), y de El cantante de muertos (Almadía), entre otros títulos.

Actualmente dirige 27 Editores.