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15 DIARIO, no. 1449 

Jueves 14 de Noviembre de 2013

Setenta veces siete
Eligio Coronado

Monterrey.- La saga familiar es un subgénero novelesco destinado a reconstruir la historia de una o más familias a través de uno o varios de sus personajes. Requiere para su manufactura, además de oficio y persistencia, de una buena dosis de investigación.

Sin importar si la trama es real o ficticia, o si combina ambos elementos, la investigación la proveerá del andamiaje suficiente para darle congruencia y credibilidad, requisitos que pueden volverla perdurable.

Setenta veces siete (Ed. revisada. Monterrey, N.L.: Edit. UANL / Fondo Editorial de Nuevo León, 2012. 212 pp. Colec. Coetáneos)., de Ricardo Elizondo Elizondo (Monterrey, N. L., 1950-2013) recrea el desarrollo de dos familias (Los Villarreal y Los Govea) a partir de un hecho fortuito: cuando Cosme Villarreal y Carolina Govea (Carola la Blanca, llamada así por su fascinación por ese color) se ven por primera vez y se enamoran.

La acción ocurre entre 1886 y 1931, en la zona norestense de nuestro país, en los pueblos del Sabinal y Charco Blanco y en Carrizales (Texas), principalmente.

El autor describe con minuciosidad las costumbres, el cortejo, la comida, la moda, las telas, los remedios caseros, las enfermedades, el transporte, los negocios, la forma de cultivar la tierra y la situación social, política y económica de la época.  

Por ejemplo, para que el vendedor ambulante de duraznos (Cosme) pueda cortejar a Carola, tiene que pedirle a don Tulio Aguilera que le escriba una carta a su amigo don José Govea (padre de Carola), recomendándolo como una persona de bien que desea entablar relaciones con su hija.

Una vez que don José consulta con su hija Carola, éste permite que el pretendiente y don Tulio lo visiten para conocer a Cosme, mientras Carola lo observará sin dejarse ver. Una vez que ella lo aprueba, don José y don Tulio establecen que “durante seis meses los jóvenes no se verían ni tampoco se escribirían y que al fin del plazo volverían a platicar” (p. 19). Además, don José le recalca a Cosme: “todo este tiempo ni busques a mi hija ni vayas a pasearte por la calle de arriba a abajo, mientras a ver qué tanto haces que demuestre que ya tienes juicio” (ídem.).

La familia de Carola incluye, además de su padre y su madre Luisa del Carmen (fallecida en 1879), a sus hermanos Agustín y Ramón, comerciantes exitosos en el pueblo de Carrizales, Texas, desde 1893. Agustín está casado con Virginia Beltrán, ex-artista de burlesque, y Ramón que es soltero y anda de libertino; luego se casará con Amanda Zárate (hija del peluquero del Sabinal) con quien tendrá cuatro hijas (Amanda, Josefina, Guadalupe y Teresa), pero seguirá de picaflor.

Carola y Cosme procrean tres hijos: Carlos Nicolás (quien nunca se casará), Emilia (se casará con el doctor norteamericano Natael Sprigthoel y morirá en el primer parto) y Joaquín (se casará con Dora Ema García Maldonado y tendrán ocho hijos). Pero cuando nace Carlos Nicolás sobreviene el flagelo del paludismo en la región y, para protegerlo, Carola y Cosme lo entregan a Agustín para que éste lo lleve a Carrizales. Cosme le pide a su cuñado que: “si no tienes noticias de nosotros en dos semanas, regístralo a tu nombre” (p. 78). Extrañamente, Carola y Cosme nunca intentarán recuperar ese hijo. También cuidarán a María Rosa, una hija que les encarga el capitán revolucionario Alfonso Corona en 1914.

Virginia, que es estéril, recibirá al bebé de Carola como una bendición, pero el niño, Carlos Nicolás, resultará apostador y ladrón que le roba a ella y a su abuelo (don José) y huye a Nueva Orleans. Además de este sobrino, Agustín y Virginia cuidarán a otros dos: Emilia (hija de Cosme y Carola) y Teresa (hija de Ramón y Amanda).

Cosme, por su parte, tiene dos hermanas: Nicolasa (Colasa, quien irá perdiendo la vista paulatinamente) y Manuela (Mema, casada desde muy chica y embarazada cada año) y un hermano (Romualdo, quien muere cuando Cosme y Carola se ven por segunda vez).

Como buen autor omnisciente y omnipresente, Ricardo Elizondo Elizondo nos revela el futuro de sus personajes: “(Colasa) Vivía feliz, en un mismo punto los sentimientos, y nunca, en sus noventa años de vida, se la vio llorar” (p. 17). También los juzga: “La empapó de adjetivos virulentos (…) y físicamente la zarandeó, no más, porque Emilia estaba sentada, si no, la hubiera tumbado al suelo. Era brava la Virginia” (p. 148).

Y no hay nadie como él para defenderlos: “Era su forma de ser (de Carola) y nunca se traicionó, igual que con su gusto por lo blanco: no pedía opinión, sus cosas eran blancas o no eran sus cosas” (p. 210).

Otra característica es que el autor le cede la palabra a sus personajes en la misma oración: “Le pidió a su hermano que se lo llevara, que lo salvara de la tullidora, dile a Virginia que se lo encargo, que lo cuide como a su hijo.” (p. 78).

No podían faltar los términos norestenses que eran tan apreciados por este autor: “descosido y asoleado pueblo” (p. 203), “delgaducho y caleado de pelo y bigote” (p. 197), “ella era capaz de encontrar colores en el más lodoso y horrendo chiquero” (p. 129). 

Como en toda saga, en Setenta veces siete hay un buen entramado de conductas y emociones que al igual que nos sacuden nos hacen tomar partido, lo cual implica involucrarnos irremediablemente: amor (Cosme y Carola, Agustín y Virginia, Natael y Emilia), nobleza (Colasa, Primitiva Velasco –sirvienta de Agustín y Virginia- y Dionisia –esposa de Tulio), lealtad (María Rosa, Teresa, Crispín –sirviente de Agustín y Virginia), amistad (Tulio, Jerónimo –primo de Cosme- y Salomón –amigo de Carlos Nicolás), ambición rapiñosa (Dora Ema y Amanda Zárate y sus hijas -Amanda, Josefina y Guadalupe), maldad (Carlos Nicolás) e infidelidad y desenfreno (Ramón).

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*Ricardo Elizondo Elizondo. Setenta veces siete. Ed. revisada. Monterrey, N.L.: Edit. UANL / Fondo Editorial de Nuevo León, 2012. 212 pp. (Colec. Coetáneos).